RÍO ÓRBIGO. QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE.

                         

    Si las legiones romanas que llegaron a León para someter a las tribus astures, conquistar su país y extraer sus riquezas, volvieran a llegar a orillas del Órbigo, se encontrarían, con una ribera i les resultaría totalmente desconocida. Paisaje y paisanaje se les harían sumamente extraños y no sólo por la indumentaria de sus habitantes, nuevas construcciones o los nuevos artilugios que el paso del tiempo ha ido trayendo.

   En primer lugar la fisonomía exterior, aquella que ves cuando te estás acercando a cualquier cauce fluvial, sería ya desconcertante para aquella tropa llegada de la península itálica. En efecto la imagen de aquel bosque de galería que supone la orla vegetal que dibuja su curso ya sería totalmente diferente. La vegetación riparia prístina ya es prácticamente inexistente salvo pequeñas reliquias. Hoy, el aliso, que debería reinar sobre las aguas de este río se ha visto desplazado por el chopo, un invasor oriental.

  Las zonas sombrías que produce sobre los bordes una hilera de alisos tienen un misterioso regusto que no tiene el desgarbado salguero ni el estirado chopo que parece mirar las aguas desde la altivez de sus ramas. Por si fuera poco esas zonas umbrías, hogar de los añorados cangrejos, parecía serenar el entorno. Hoy las alisedas ya casi son testimoniales y escasean los grupos de unos pocos ejemplares. Son los derrotados de esta contienda vegetal entre lo autóctono y lo foráneo.

  La fauna, otrora abundante, se ha visto trastocada y desplazada por bastardas especies introducidas por el hombre con devastadores resultados. Los cangrejos fueron exterminados por las enfermedades traídas por espurias variedades americanas, insustanciales criaturas de hábitos cuasi anfibios que han ocupado su lugar. Las anguilas ya sólo perviven en el recuerdo de los más viejos y pronto ya ni eso quedará de ellas. Las truchas son escasas y maltratadas por especies como el lucio y otros invasores, Barbos, bogas, escallos, blanqueales, cobitidos y bermejuelas ya casi son inexistentes en el cauce medio del Órbigo. 

  Pero quizá lo que más sorprendería a esas legiones romanas sería ver las ramas que cuelgan sobre el río y los remansos o matorrales que han sido sumergidos bajo las aguas, luciendo, cual baldón miserable, plásticos sin nombre que lo llenan todo y perviven durante décadas, que dan una imagen deplorable y que se deberían eliminar. Otro tanto les ocurriría con las aguas que arrastran las más variopintas sustancias flotando, en suspensión o disolución, que llenan de barrillo unas piedras redondeabas, brillantes y límpidas, pobladas de gusarapas y rangajos hoy desaparecidos.

 

  Al margen de puentes, inferiores arquitectónicamente a los suyos, líneas eléctricas, coches y canalizaciones que han hecho de un rio de primera un cauce de tercera, encontrarían una gente extraña. Las gens astures ahora tienen “infiltraciones” de suevos, godos, árabes y un larguísimo etcétera que hacen que esa pureza de raza que preconiza quien repara poco en la historia y otras disciplinas, una historia sin fundamento.

Nuestro Orbigo, porque es nuestro, viene pidiendo desde muchos años atrás un repaso integral, un lavado de cara, de cauce y hasta de entorno, desde Secarejo o Santiago del molinillo hasta su fusión con el Esla. Es lo menos que deberíamos hacer por el compañero fiel que nos ha regalado hasta el apellido para nuestros pueblos. Renunciar a nuestro cauce fluvial es propio de almas rendidas. ¿Nos complace su progresivo deterioro?     

Urbicum Flumen

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